El caso de Emilio Córdova y las nuevas chicas del ajedrez cambian el paradigma 'nerd' del deporte ciencia"
Por Juan Manuel Robles. Escritor
Antes de Emilio Córdova, uno veía el ajedrez como la pachanga de los 'nerds', un juego para marcianos cuya vida juerguística se limitaba a un raro carnaval gótico de 64 casilleros en blanco y negro, chicos con Dama pero sin novia que nunca recorrerían mayor distancia que la de un enroque largo. Para estos chibolos, el ajedrez era paja porque significaba un mundo paralelo en que ganar se volvía posible y pensar mejor tenía como recompensa la victoria: lo malo es que solo ellos se daban cuenta, solo ellos percibían la astucia felina que se esconde tras el avance imponente de un alfil negro (de diez gramos). Siempre se dijo que el ajedrez era el deporte ciencia. Pero un deportista tiene músculos y se cuida, se quiere. El 'chess boy', desprovisto del tablero, era la más melancólica metáfora del desamparo social.
Eso pensábamos, digo. Pero apareció Emilio Córdova para cambiar los paradigmas locales y dar un pequeño esbozo de lo que, aparentemente, será el nuevo estereotipo mundial de ajedrecista del siglo XXI. Como sabrán, Córdova fue algo así como el Harry Potter del ajedrez peruano: a los 8 años ya hacía magia sobre el tablero y a los 13 tenía el grado de maestro internacional. Era un típico loco-jaque-mate: gordito, con lentes y un cerquillo bacinica. Entonces pasó algo i-nesperado: la adolescencia. El niño empezó a viajar y el mundo se rindió ante su genio (bastaba la figura). Así, luego de asistir a un torneo en Argentina, se enamoró de una chica de 29 años en Brasil. Luego de una telenovela que incluso contó con el aporte de Nicolás Lúcar en los libretos, Emilio volvió a Lima, se hizo rayitos y lentes de contacto azules. Cambió. Conocedores de su periplo, de pronto vimos en él algo que casi nunca vemos en un ajedrecista 'nerd': el sujeto sexual.
Sospecho que se trata de una señal de que los tiempos cambian, de que nuestros prejuicios son caducos. Sobre todo cuando veo a Ingrid Aliaga, la mejor ajedrecista del Perú. Tiene 16 años, es flaca, atractiva y a veces viste un coqueto polo blanco que dice "Que no quiero rosas, carajo!". Va a fiestas, juega al fútbol. En el 2006, viajó a Turín para las Olimpiadas Mundiales de Ajedrez. No ganó nada, pero fue elegida como la séptima ajedrecista más guapa del torneo (¿?). Yo estoy igual de desconcertado que ustedes: no sabía que en las competencias de ajedrez hubiera lugar para los espejos.
Pero sí, alucinen. Junto a Ingrid viajaron unas marcianas muy poco marcianas. Estaba, por ejemplo, Arianne Caoili, de Australia, que a estas alturas ya posó en ropa interior (muslos divinos) y concursó en la versión australiana de "Bailando con las estrellas". También estaba Alexandra Kosteniuk, campeona de Europa que exhibe en su página web un hermoso bikini junto al mar (el cabello negro al viento). Kosteniuk vende sus fotos en línea y tiene unas espectaculares tomas con la campeona francesa Almira Skripchenko, una rubia debilidad. Y aunque no fue a Turín, hay que mencionar a María Manakova, maestra internacional rusa que ha posado como Dios la trajo al mundo para la revista "Speed". Le llaman la Sharapova del ajedrez.
Así que bueno, en eso anda el deporte ciencia. De modo que no nos sorprendamos si un gordito bonachón como Jorge Cori (maestro internacional a los 12, la nueva promesa), se convierte en un bohemio estrafalario de pelos parados que 'lornea' a los periodistas. Que a nadie le asombre que Miguel Muñoz le haga una visita a Marco Antonio antes de disputar su próximo torneo mundial. O que dentro de dos años, cuando Ingrid Aliaga cumpla 18, alguna revista le toque la puerta y ella siga el ejemplo de sus nuevas amigas europeas.
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